Querido amigo: Por fin en París. Llegué anoche, arrastrando mi maleta sobre el empedrado húmedo como si fuera un criminal huyendo de una escena de crimen. Entre el vino barato del avión y la última pastilla que me quedaba del frasco, el jet lag me ha pegado como un ladrillo en la nuca. Pero lo peor ha sido el aterrizaje: el fuselaje crujía como si el avión estuviera a punto de desarmarse, y yo...